Bien, pues al empujar la puerta y comenzar a subir por la pequeñísima pendiente, te adentras en otra época; la romántica, en otra dimensión; la de los sentidos...Arboles de tamaño imponente traídos de los cinco continentes y muchos venerados por sus propiedades mágicas en sus civilizaciones de origen, desaparecidas ya muchas de ellas, te dan la bienvenida, te arropan y te invitan a respirar su paz.
Tomas de Veyrant, autor de este prodigioso espacio, quiso que todas los paseos transcurrieran en torno a una exquisita escalinata de granito, columna vertebral del jardín, que te eleva hasta un templo de brezo y madera, de planta octogonal, réplica fidedigna de los levantados por los templarios en la ruta jacobea, y como estos orientado a Jerusalem.
Los arboles escogidos, son fundamentalmente coníferas fósiles, que no han evolucionado a lo largo de sus miles de años de existencia, los entremezcla con árboles de hoja caduca para que cada estación, cada mes, cada día te sorprenda la fuerza de la naturaleza.
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